viernes, febrero 14, 2014



Con la filosofía se da un fenómeno que no se da con la ciencia, hay muy pocos buenos filósofos, pero muy poquitos, son esos conocidos por casi todo el mundo porque una y otra vez los nombramos, y existen miles, muchos miles de malos filósofos, posiblemente sean los encargados de enseñar la materia en los colegios y universidades.

Tal vez la ciencia al estar sometida a resultados tangibles demande de personas más lúcidas y con un sentido de la realidad más formado, posiblemente quienes no posean estas capacidades sean desechados. Pero con la filosofía esto no ocurre, y todos aquellos interesados en ella puedan seguir su vida y, hasta trabajar como profesores, sin que nadie les diga nada. En la red me he encontrado con grandes profesores de la materia, bueno, grandes según ellos, con un curriculum vitae muy extenso que siempre portan consigo para cuando son cuestionados por sus ideas delirantes. Cualquiera puede escribir un libro que nadie leerá, dar un seminario para gente que bosteza, pero pocos se sostienen en el ámbito científico sin resultados concretos que justifiquen la confianza y los recursos depositados en ellos.

Salvo esos poquitos filósofos que son nombrados, el resto anda perdido buscando algún tipo de reconocimiento, y sólo hay una forma de obtenerlo, demostrar que su saber no es inútil. La única forma que han encontrado es a través del juego de Sócrates llamado por él mismo mayeutica. Este nombre heredado de las antiguas parteras pretenden justificar un método que debería conducir a parir el conocimiento que todos llevamos dentro, aún sin saberlo. La esencia del método consiste en hacerle ver a quienes tienen alguna certeza que sus certezas están equivocadas. Claro, hay un error aquí, el de creer que si alguien sabe algo debe ser capaz de explicarlo. Todos reconocemos el amor porque sabemos qué es, pero de ahí a que podamos definirlo es otra cosa. Entonces, si alguien que sabe qué es el amor pero no sabe cómo definirlo podríamos hacerle creer que no sabe. Este es el gran truco sofístico de la mayeutica, desconocer que saber y definir son cosas distintas. Puedo saber qué es un árbol pero ser incapaz de dibujarlo. Saber y construir representaciones son capacidades distintas, se apoyan, pero son distintas.

Amparados en esta argucia los sofistas meten duda donde antes había certeza, con la secreta intención de transmitir la sensación de que si demuestran que el otro no sabe o está equivocado, ellos deben saber más. Pero pronto encontramos que tras esta pose dialéctica, cuando el filósofo trata de expresar su propio pensamiento no puede hacerlo con corrección. Muchas veces ni intentan hacerlo, se conforman con confundir a las personas para que duden de sus certezas, haciendo dudar a todos de todo, se sienten complacidos. Creen que la duda sistemática es el camino hacia el saber, cuando sólo conocemos verdaderamente interactuando con las cosas de alguna manera.

Hoy, la inmensa mayoría de los que se consideran filósofos a sí mismos y que no figuran en la lista de los poquitos conocidos, sólo son sofistas. Charlatanes ilustrados, que creen que acumular lecturas filosóficas es equivalente a pensar. Gente que carga con la historia de la filosofía en hombros a falta de cabeza con qué pensar lo que ocurre verdaderamente en el mundo. No tienen certezas acerca de nada, cómo tenerlas si nada conocen realmente. La filosofía de la duda. No entienden que una cosa es la duda metodológica y otra vivir dudando de todo, sin certezas sobre las que construir un pensamiento y una vida.

No es culpa de ellos, no son conscientes de sus carencias debido a que un saber que no sirva para algo y que sea confrontado por la realidad, es falso. Porque eso es lo que notamos en ellos, que no tienen los pies en la tierra, que no tiene sentido lo que dicen, que es rebuscado, confuso, y que se contradicen continuamente. No saben comunicarse, y el mejor medio para saber cuando un pensamiento es autista es, precisamente, el que sea confuso y rebuscado.

Esto es lo que notamos en los sofistas modernos, incoherencia, falta de realismo, pensamiento autista.

Nunca la filosofía enfrentó una crisis como la actual, el mundo está al borde del abismo y nuestros grandes pensadores leen a Platón para tratar de entender qué nos pasa.

No soy muy optimista con respecto al futuro de la filosofía, no encuentro pensadores que despeguen. No surge un pensamiento filosófico útil para algo. Y todos esos creyentes en la filosofía y que critican a las ciencias con virulencia, no se percatan que, así como la ciencia no aporta un saber que llene los espíritus, la filosofía tampoco lo hace, porque lo único que ha hecho la filosofía es denunciar lo que está mal -cosa positiva- pero no ha propuesto nada a cambio, tal vez porque no pueda hacerlo.

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