viernes, enero 11, 2013



El mundo es hostil, escasean los recursos -tal vez por mala distribución- debemos luchar para lograr lo que necesitamos. Crecer en un mundo hostil instala la “desconfianza en el Otro” como paradigma incuestionable. Es cierto que existen voces contrarias a la desconfianza y que promueven -al menos de palabra- posturas más humanistas, pero al vivir y deber tratar con los demás, mantienen la desconfianza. El motivo es claro: la confianza o desconfianza no se decretan, surgen de la experiencia de vida. Quien se abra al mundo sin un escudo protector cambiará de actitud luego de las primeras trompadas que reciba. Debemos asegurarnos, pero al asegurarnos podemos promover la desconfianza. En el mundo de los negocios se emplean metáforas guerreras y hasta resulta estimulante considerar al emprendedor como un guerrero. Pero en otros ámbitos la desconfianza no contribuye a las relaciones humanes. Recuerdo aquella frase de Sartre en El ser y la nada que decía: “el infierno son los otros”. Con esa sensación difícilmente alguien pueda mantener relaciones satisfactorias con los demás.

Pero veamos lo siguiente: cuando perdemos la confianza en nosotros mismos, todo nos sale mal, los recursos que poseemos y que en otros momentos acuden a nuestro llamado con prontitud, dejan de acudir cuando se pierde la confianza en uno mismo. Lo mismo ocurre cuando se pierde la confianza en los demás, sólo acuden a nuestra disposición las tendencias combativas, las que nos protegen.

Vivir en un mundo desconfiando de todos temiendo que cualquiera pueda trampearnos, sentir que se está en peligro, termina por dañar la salud de las personas y por imposibilitar toda relación verdaderamente estimulante y que promueva el crecimiento. El mundo actual es el reflejo de esta desconfianza, la paz entre los hombres y los pueblos es precaria, en cualquier momento puede saltar la chispa de la guerra por cualquier motivo nimio.

Es más, existen dos grandes caminos para la construcción de un mundo mejor: el primero podría ser aquel donde las personas se unen para lograr mejorar al mundo el segundo es el que crea un enemigo a destruir, como pueden ser los ricos, los capitalistas, los musulmanes o los cristianos, los hombres para las feministas radicales, etc. El segundo enfoque llevado al extremo es el que culmina en las republiquetas bananeras donde un caudillo o dictador acapara todo el poder en una gesta contra un supuesto enemigo externo a vencer. Son esos caudillos que les encanta oirse hablar en interminables discursos como los del Pepe Mujica, Cristina Fernandez, los Castro en Cuba, Chávez, etc.

La lucha no es el camino, la paz debería ser el camino. Pero no soy ingenuo, soy alguien muy desconfiado y no creo demasiado en las bondades de la naturaleza humana.

De cualquier manera la pregunta debería ser: ¿cómo superar la desconfianza instalada en el corazón de los hombres y responsable de tantos problemas a nivel mundial?

Lo peor que podría proponerse sería la de decretar una especie de confianza rígida. Llevar la careta de la confianza incondicional no colabora en nada cuando no se asienta sobre bases reales. No puedo hacer como que confío en las personas mientras tomo recaudos para no ser jodido. Así como la confianza en uno mismo no se gana repitiendo frases de autoayuda en nuestra mente, sino a través de experiencias correctoras que nos muestren de lo que somos capaces, debemos entregarnos a las distintas relaciones desconfiando sin preocuparnos de la desconfianza pero insensibilizándonos de las jodas que nos hagan. La reacción desproporcionada a los perjuicios recibidos son las que entorpecen las relaciones antes que la desconfianza en sí misma.

La madurez emocional implica responder con la respuesta emocional justa a cada situación y no con el exceso. Este principio es válido en todos los órdenes de la vida. Lo que vemos en el mundo no es resultado tanto de la desconfianza de base, sino que lo que vemos son respuestas infantiles. Los caudillos populares de las republiquetas bananeras son caricaturas de presidentes. Sus discursos supuestamente libertarios son completamente anacrónicos. Responden de la misma manera y con los mismos dichos a todo. De ahí la caricatura de revolución permanente. En el feminismo radical vemos la misma rigidez, una misma respuesta superintensa y destructiva a cualquier estimulo opositor. Siempre se está en pie de guerra hasta realizar la supuesta revolución y surgimiento del nuevo orden. Quien viva en pie de guerra permanente está enfermo, es un desequilibrado y una persona sumamente peligrosa. Es un recurso para movilizar a las masas, pero pretende movilizar con ese recurso por años y décadas, implica un grave trastorno. Curiosamente, hay masas que sólo se sienten vivas en ese estado de enfervorización permanente.

La desconfianza real puede resultar sana, la desconfianza patológica es la que está mal. Los celos razonables hasta pueden condimentar una relación -si una novia no me cela un poquito no sé si en verdad me quiere-, los celos enfermizos son los que están mal.

El mundo actual no se encuentra en la situación en la que se encuentra tanto por la desconfianza instalada, sino que lo está por el infantilismo de los dirigentes actuales. No es tanto la desconfianza lo que se ha instalado, sino que lo instalado es un infantilismo atroz. Los grandes héroes cinematográficos son tipos con mucho músculo, nada de cerebro -al punto que hacen gala de ello como un valor- y puro tiro. Las masacres últimas donde unos dementes entran a una escuela y matan 40 niños, se debe a esta estupidez que se ha instalado.

El camino debería venir por la madurez emocional, pero desconfío de que pueda llegar. Lo peor de todo es que ese infantilismo representa un estado distorsionado de la verdadera infancia. Existe una inocencia básica en el niño que es la que se debería cultivar, el infantilismo se instala cuando el crecimiento del niño en lugar de realizarse en un ambiente que fomente los valores y el crecimiento sano se realiza en ambientes tremendamente dañinos. Lo que vemos como situación mundial es el ambiente infantil fijado y reproducido. Las personas que han crecido en ambientes negativos tienen la tendencia patológica a reproducirlo y fijarlo. Por este motivo escribí alguna vez que no conocía a nadie que hubiera logrado recuperarse de su infancia.

Un gran líder no debe asentar su carisma en una actitud de guerra permanente, debe hacerlo exhibiendo la madurez emocional a alcanzar por todos. Siempre que se encuentren frente a un demente tratando de enfervorizar a las masas con discursos a lo Adolf Hitler, estén seguros de que están frente a un enfermo y a un mentiroso, alguien de quien deberán cuidarse mucho. Para seguir a un líder no deben seguir a uno que los quiera llevar a la guerra, deben seguir a uno con espíritu conciliador. Peor, aún cuando pretenda llevarlos a la guerra con otros sectores de sus propios países.

La madurez emocional se va alcanzando resolviendo los problemas de la vida, las distintas oposiciones y, cuando se va perdiendo el MIEDO que es, en definitiva, el que mantiene ancladas a las personas a su pasado impidiéndoles madurar y crecer.

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2 comentarios:

  1. Anónimo1:55 a.m.

    Me gusta mucho tu articulo, hoy estamos plagados de esos reality shows, donde se premian actitudes competitivas, sera el instinto de supervivencia en la raza humana? pero sin embargo, me pongo a pensar que somos seres sociales, que necesitamos de la interacción de los otros pare sentirnos parte de la sociedad , que a través de la empatia, y el compromiso familiar, podermos llegar a ser seres más integros. Los gobiernos promueven esa desconfianza y competencia cruel entre las personas, llamandola ley del más apto, si no eres como ellos te devoran, lamentablemente este es el mensaje que les enviamos a las generaciones jovenes, desintegrando la familia, donde hasta la madre compite con el padre, no hay un rol materno contenedor, las madres compiten con sus hijas, lo vemos continuamente en los medios sociales. Espero que esos valores cambien y mejoremos nuestra calidad humana.

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    1. Lo veo muy difícil, más bien me parece ver lo opuesto, que se profundizará la desconfianza y la pérdida de solidaridad. La gente quiere estar sola, ésta es la tendencia que se va imponiendo.

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