martes, enero 08, 2013



El científico tiene la experimentación para comprobar sus teorías y esto le brinda una legitimación importante, porque a cualquiera le bastaría con contrastar la teoría para desbancarla en caso de que no cumpliera con lo que predice. Sin embargo, el filósofo cuenta con la tensión del diálogo para guiarse en la construcción de su pensamiento. Cuando nos encontramos con alguien que dice filosofar y al exponernos su pensamiento descubrimos que parece delirar, que está terriblemente alejado de la realidad, descubrimos también otra cosa: que posee rasgos autistas, que no es capaz de relacionarse con las personas y desarrollar un diálogo fructífero. Claro, no nos vayamos al extremo de creer que un gran pensador deba ser capaz de dialogar con cualquier persona, porque reconocer a un necio a tiempo debería ser otra de las cualidades de un gran pensador. La tensión del diálogo es la fuente de inspiración del filósofo. Lo curioso es que el filósofo dialoga con sus contemporáneos y con personajes de la historia que nos han dejado sus obras para que podamos relacionarnos con ellos a la distancia temporal.

Desgraciadamente, la mayoría de los egresados de la carrera de filosofía terminan sólo como profesores de filosofía sin llegar jamás a desarrollar la voz propia y a crear una obra valiosa. Puede que alguno se entregue a algún trabajo del tipo crítica literaria, pero llevada a cabo sobre algunos filósofos, pero esos trabajos poseen poca calidad y no son leídos más que por algún alumno de estos profesores u algún familiar obligado por el compromiso parental.

Con el paso del tiempo comprobamos que los grandes pensadores filosóficos cada vez son más escasos. Sospecho que el motivo se debe a que la formación académica enfatiza el aprendizaje de la historia de la filosofía dejando de lado el trabajo eminentemente filosófico. También se da algo de aquello que vemos en el arte, las carreras asociadas a la creación artística no crean artistas, pueden pulir a quien ya tiene talento, pero no crear un artista cuando el talento no está presente. Lo mismo ocurre con la filosofía, lo que falta es talento filosófico. A las carreras llamadas humanistas generalmente se acercan los desadaptados sociales buscando resolver su vida. No está mal, pero difícilmente estos alumnos posean los recursos intelectuales necesarios para convertirse en verdaderos filósofos por lo que terminan siendo sólo profesores de filosofía retraídos y amargados completamente alejados de la realidad. Otro dato histórico que me conduce a sostener la hipótesis del talento es el hecho que muchos de los grandes filósofos crearon sus más grandes obras a una edad muy temprana, cosa que señala que crearon impulsados por un fuerte impulso filosófico antes que por una gran formación académica, especialmente cuando no pudieron obtenerla tan pronto debido a su edad.

Falta de talento y una mala educación que prima el aprendizaje de la historia antes que el ejercicio filosófico, son los responsables, a mi juicio, de la falta de buenos filósofos.

De cualquier manera, el punto a señalar en este ensayo es el de que el filósofo verdadero no crea su obra en vacío, sino que su impulso filosófico se refina en el dialogo, la tensión del diálogo le permite captar las señales de los tiempos y así logra crear su pensamiento. El buen filósofo ha desarrollado al extremo esa sensibilidad a la tensión del diálogo al punto de generar un órgano filosófico muy refinado para el pensar filosófico.

Muchos recordaran la concepción de la "verdad" como la adecuación entre lo dicho y aquello sobre lo que se dice, sin embargo, existe otra forma de considerarla: como un campo de fuerza que gravita en torno a ciertos puntos que sirven de ancla en lo real. El filósofo debe experimentar este campo y debe poder orientarse según las líneas de fuerza del mismo hasta encontrar los puntos de gravitación.

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