domingo, julio 14, 2013



No es un misterio que todos empleamos MÁSCARAS para relacionarnos con los demás. Existen dos grandes variaciones a este tema, están las máscaras que espontáneamente asumimos con cada persona o situación, por ejemplo la máscara del seductor cuando queremos seducir, la del padre con su aire de autoridad ante los hijos, el de esposo ante la esposa, etc. Pero también están las máscaras correspondientes a roles sociales como la de médico, político, profesor, vendedor, etc. Las máscaras que nos ponemos en estos roles están más elaboradas debido a que su construcción demanda pasar, para asumirlas, por un intenso proceso de formación. El médico actúa sobre sus pacientes a partir de su saber y del correcto uso de su máscara. Quien consulta a un médico por algún problema de salud, tiene ciertas expectativas acerca de cómo el médico debe comportarse. Cada profesión cuida que sus representantes, aquellos que han sido autorizados para portar la máscara de su profesión, cumplan de cierta manera responsable su tarea, en caso contrario serán expulsados del gremio.

No he dicho nada que no se supiera, pero tal vez hay algo que no se sabe: que no podemos relacionarnos con las personas sin máscaras. Tengo que saber quién se encuentra frente a mí y debo tener alguna expectativa. Estamos obligados a ponernos máscaras. Son como nuestro uniforme.

A veces, estas máscaras calzan perfectamente en nuestros rostros, nos sentimos cómodos con ellas, basta con ponernos las máscaras para que al toque comencemos a actuar según lo que representan. Este es otro de los beneficios, que con ellas comandamos nuestro comportamiento. Pero además, comandamos el comportamiento de los roles complementarios, de aquellos con quienes nos relacionamos con estas. El médico se pone la bata de médico y comienza a portarse como médico, la persona enferma que lo consulta, adopta el papel de enfermo y se comporta como tal. Estos procesos están tan condicionados que cuando un médico se enferma y consulta a otro, parece como que olvidara su saber como médico y se comporta como enfermo, a veces se descubre a sí mismo quejándose de sus males y preguntando qué puede tener como si no lo supiera.

Resulta llamativo ver cómo personas que cuando niños tenían un comportamiento terrible, llegan a padres y cambian completamente de comportamiento adoptando el rol de padres responsables y comprensivos.

Las máscaras nos ayudan a relacionarnos y a actuar en sociedad, no podemos hacerlo sin ellas.

Las malas películas son aquellas donde además de malos argumentos los actores no son capaces de representar correctamente sus papeles, se nota que están fingiendo, que actúan para la cámara. Esto es lo que muchas veces veo en el mundo, personas que fingen desempeñar un papel que les queda grande. No encuentro un médico que sepa llevar con idoneidad su máscara de médico. Ni hablar de un político.

Tal vez en épocas anteriores los requisitos formativos para portar una máscara profesional fueran mayores que hoy. Tal vez los roles hoy se estén disolviendo. Los viejos rituales que acompañaban el uso de las máscaras tenían el valor de amplificar el poder de las mismas, induciendo comportamientos acordes. Pero también es cierto que demandaban una mayor concentración y esfuerzo. Las nuevas máscaras son más livianas, cosa que gente más débil pueda cargar con ellas.

Tal vez no sea incorrecto que así sea y nos encontremos transitando hacia formas de relacionamiento más espontáneas y menos elaboradas. En los viejos hogares cuando llegaba a la casa el padre de familia se decía “llegó el Dr.” o “llegó el Ingeniero”, en lugar de decir “llegó papá”. Bueno, hoy puede que ni se diga “llegó papá”, sino que se dice “llegó Juan”.

Hoy, la consigna es la de abandonar todas las máscaras en pos de la autenticidad. Lo bueno de esta tendencia es que alivia muchas tensiones, pues cargar con una máscara consume mucha energía. Pero el otro lado de la moneda es que muchas veces conduce a una crisis de identidad. ¿Quién soy yo verdaderamente? ¿El Dr.? ¿El Ingeniero? ¿El Carpintero? ¿Pedro? ¿Juan?

Sería fácil decir quién es un Carpintero o un Ingeniero, pero ¿que es ser Juan o Pedro? Claro, tenemos un conjunto de imágenes sobre Pedro o Juan. Ellos mismos las tienen acerca de sí mismos. Es más, cuando se presentan, cuando dan testimonio de sí, manejan un conjunto de narraciones. Todos adornamos estas narraciones para vernos mejor. No hay una sola persona en el mundo que no lo haga. Seleccionamos momentos de nuestras vidas y armamos con ellos un perfil de facebook, una carta de presentación, una máscara. Lo hacemos, porque sin esa máscara no podemos relacionarnos. No hay una sola persona en el mundo que no se construya una máscara para darse a conocer. Una máscara es aquello que queremos que los demás vean acerca de nosotros.

En esencia somos constructores de máscaras, somos sólo una máscara. No puedes estar frente a nadie, absolutamente nadie, sin antes ponerte la máscara.

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