lunes, julio 09, 2012



Un rasgo frecuente en la juventud pasa por la exigencia de verdad en cada relación. Exigencia extraña cuando al mismo tiempo de exigir a otros una sinceridad total, ellos no la ejercitan. No hay nada malo aquí, es parte del proceso de crecimiento y de desilusión progresiva. Al comienzo de la vida se es idealista y luego con el paso del tiempo nos vamos volviendo más realistas.

Este primer choque con la realidad puede resultar algo doloroso para los jóvenes, a veces traumático. Especialmente porque este es el momento cuando se inicia el proceso de ENCAJAR EN EL MUNDO. Todos debemos encajar de alguna manera en el Mundo, debemos encontrar nuestro lugar. El psicoanálisis nos ha señalado que las experiencias traumáticas en la niñez pueden dificultar este proceso. Las experiencias traumáticas tienen muchos efectos sobre el desarrollo de la personalidad, pero el principal pasa por detener el proceso de maduración afectiva. Esto implica quedar fijados a etapas previas del desarrollo emocional. También implica reforzar el proceso de idealización. Las experiencias traumáticas en la infancia dificultan enormemente el proceso de inserción en la trama social, fundamentalmente porque los procesos defensivos hiperactivos incrementan la desconfianza en los demás. Quien haya sufrido una gran decepción por parte de alguien de quien dependía, luego desconfiará excesivamente de todos aquellos de quienes pueda depender para desempeñarse en este Mundo. Curiosamente esta desconfianza promueve en los demás una desconfianza espejo. ¿Cómo confiar en alguien que desconfía de nosotros?

El juego social es un juego de máscaras, no está mal que así sea, no podría ser de otra forma. Es un juego de máscaras con reglas por todos aceptadas. La falta de madurez en una persona se capta por una obsesiva crítica al uso de estas. No existe otra forma de relacionarse en un mundo tan complejo y poblado que a través de máscaras que faciliten las distintas interacciones. Es más, en la antigüedad existían protocolos de relacionamiento en algunas sociedades muy complejos que indicaban cómo deberían comportarse las personas en ciertas situaciones. Hoy continúan estos protocolos en los encuentros políticos, ya que antes de cada encuentro se diseñan los protocolos. Aunque, claro, siempre está la POSE del campechano que juguetonamente y con una fingida inocencia se sale de estos, cosa que hasta puede que estén definidos en los protocolos.

El héroe actual pretende mostrarse sin máscaras. En las películas se recurre siempre al mismo guión para que el protagonista venza a su contrincante mejor posicionado en las encuestas políticas: desplegar un comportamiento espontáneo sin haberlo preparado con anterioridad saliéndose del libreto. Luego, todos con gran complacencia aplauden este arriesgado ejercicio de improvisada sinceridad. No hay película sobre actores políticos que no recurra a este guión. Al final un acto de entrega y completa sinceridad señala al héroe.

Bueno, una cosa son las películas y otra muy distinta la realidad. La realidad es que todos participan del juego de máscaras, porque hacerlo facilita el relacionamiento. Es más, una escena no pedida de sinceridad por parte de quien no nos interesa mayormente resulta muy violento porque nos obliga a contenerlo y reconocerlo de alguna manera. Cuando se está participando del juego de máscaras resulta de muy mal gusto salirse del libreto y apelar a un falso ejercicio de sinceridad. Me recuerda los programas de encuentros de personas que han estado separados por años y que luego el programa reúne preparando el encuentro de forma que el tono emocional vaya creciendo hasta el momento del clímax donde se encuentran y todos actúan como si no estuviera preparado, como si no supieran que se iban a encontrar. Personalmente detesto todas estas expresiones sensibleras de una emocionalidad exagerada.

Las máscaras permiten mantener la correcta distancia entre las personas. Cuando salgo a la calle y me encuentro con un vecino, al saludarlo y preguntarle cómo anda, no espero que me responda la pregunta con la verdad, ya que no me importa cómo anda, es sólo un formalismo. Si me respondiera que está mal debería detenerme y fingir interés durante un rato en su situación, cosa que podría retrasarme.

Pero en este mundo de máscaras hay máscaras y máscaras. Toda máscara constituye una impostura, una identidad pública construida fácil de identificar. El médico actúa como médico y de esa manera provoca ciertas reacciones terapéuticas en el paciente. Cada rol facilita la expresión de los comportamientos complementarios. Pero el problema se presenta cuando las máscaras no calzan en el rostro de quien la porta. Existen trayectorias sociales -especialmente en hombres públicos- donde las máscaras no calzan, tienen demasiados estiramientos y botox.

En algunas terapias se plantea un problema a resolver por parte del cliente. El problema consiste en que la imagen que la persona tiene acerca de sí misma es distinta a la real o la que transmite. Digamos que todos tenemos una imagen acerca de nosotros mismos, también tenemos un conjunto de máscaras que empleamos en distintos medios, y tenemos una imagen que transmitimos. Si la imagen que nos formamos de nosotros mismos no coincide con la que los demás se han formado, puede surgir un grave conflicto y que lleve a errores de cálculo en nuestras acciones. Es entendible que en algunas situaciones resulte doloroso para algunas personas aceptar la imagen que tienen los demás acerca de ellos. Parte de la función de la terapia, en estos casos, pasa por corregir la falsa imagen de sí acercándola a una más realista, de esta manera los procesos defensivos se atenúan y la sintomatología neurótica disminuye.

Ahora bien, ¿cómo actúa una persona madura en sociedad? Acepta el juego de máscaras y participa de éste, pero puede entrar y salir de este juego. La persona que ha encajado bien en el Mundo puede entrar y salir del juego de máscaras. No necesita andar denunciado a cada rato que el rey va desnudo porque sabe perfectamente que todos ya se han dado cuenta. Pasarse el tiempo denunciando lo que todo el mundo sabe constituye un rasgo neurótico que sólo provoca rechazo porque revela falta de tacto y de madurez. Esto no quiere decir que se deban aceptar todas las mentiras, porque no es así, existen momentos que exigen una clara denuncia del mal comportamiento público o de un mal desempeño en un rol profesional. Esto quiere decir que a las personas a veces hay que otorgarles un cierto margen para que mantengan su imagen. Esto implica el tacto social, permitir que el otro acomode un poco su máscara para no pasar vergüenza por cosas que muchas veces ni importancia tienen. Por una falsa exigencia de sinceridad no debe promoverse el sincericidio. Parte del juego de máscaras pasa por esta sutil habilidad por permitirle al otro maquillarse un poco para no sentirse mal con nosotros o con otros.

Claro, posiblemente todos realicemos distinciones, aceptemos el juego de máscaras en la trama social pero pretendamos establecer unas pocas relaciones significativas donde la cualidad esencial de estas pase por no tener que llevar máscaras. Es cierto, sin embargo esto no implica el abandono del tacto al relacionarnos con estas personas. Exigir una revelación total del Otro constituye una exigencia capaz de matar cualquier relación. Si nos quitamos la máscara en algunas relaciones es para obtener algo a cambio, si en lugar de obtener algo a cambio obtenemos displacer, falta de tacto, exigencias excesivas que puedan implicar la pérdida total de nuestros espacios interiores, entonces de seguro que la relación terminará muy mal.

Una relación significativa no implica ni puede implicar una fusión total. La exigencia de fusión total es una exigencia neurótica y la responsable de la incapacidad de mantener relaciones duraderas. Reconocer que el Otro es un Otro independiente es parte del proceso de maduración. Esto que parece evidente, no lo es tanto para quienes necesitan fundirse con el Otro, entregarse completamente y que el Otro se entregue completamente hasta que desaparezca la conciencia de uno mismo. Aunque les cueste creer esto que digo, existen personas que sufren este síndrome de la fusión total, que esperan una total apertura del Otro, aunque claro, ellos se abren con muchas reservas. Piden lo que no están dispuestos a dar.

La madurez permite pasar de un nivel a otro en el juego de máscaras, permite hacer uso de ellas sin reaccionar en forma excesiva a estas tomándolas demasiado en serio. Consiste en no denunciar lo que casi todo el mundo ya sabe como si no lo supieran. Consiste en el desarrollo del tacto social, indispensable en un Mundo tan complejo y poblado. En general, toda reacción emocional exagerada implica falta de madurez y debería alertar a quien la padece de que el problema posiblemente se encuentre en él. En síntesis: la madurez implica reconocer que el Otro no es uno mismo, que es un Otro distinto y, que hay que dejarlo SER sin tratar de controlarlo. Aprender a no tratar de controlarlo todo constituye una de las mejores cosas que podemos hacer.


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