sábado, octubre 12, 2013



Supongan el siguiente escenario: dos o más personas sentadas en torno a una mesa cenando. Un escenario sencillo de comprender. Ahora bien, observen a uno de los comensales mientras se lleva un bocado de alimento a su boca, mastica y traga. ¿Qué está haciendo? Cualquiera respondería que está comiendo y la respuesta es acertada. Así que podemos aislar el comportamiento de comer de otros, como podría ser conversar con otro comensal acerca de cualquier asunto.

Podemos aislar muchos comportamientos en esa cena, uno de ellos es el de comer, otro el de beber, otro el de conversar, otro el de pararse e ir al baño, etc. Pero detengámonos un momento en el gesto o comportamiento de comer. ¿Por qué come? Come porque tiene hambre, porque le gusta el contenido de su plato, o porque está reunido con alguien y comer es uno de los rituales sociales más antiguos que se conocen. Así que tenemos bien diferenciado el “comportamiento” de comer. Pero ese acto o comportamiento, además de poseer el componente de comer, posee otro, también muy importante: el expresivo. El comensal come y al hacerlo se expresa. ¿Qué expresa? Expresa muchas cosas, dependerá de quien tenga enfrente, porque si prestan atención a las personas verán que los comportamientos comunes poseen un componente expresivo distinto según quien se encuentre frente ellos.

Ahí nace la psicología. La psicología nace con el sentido, con la expresión. Siempre estamos expresándonos, hasta cuando estamos solos. Los hombres viven en un mundo biológico, de funciones orgánicas, y en un mundo psíquico, de sentido. En un comportamiento puede primar lo fisiológico o lo psíquico, muchas veces lo psíquico que no encuentra camino para expresarse, debe tomar el control de lo orgánico para hacerse oír. Puede que una persona nos desagrade y que tratemos de ocultar este desagrado, pero de alguna manera lo expresaremos, tal vez por un gesto imperceptible.

La psicología busca su objeto en el sentido del comportamiento, en la expresión. Porque además, el camino para conocernos pasa por oírnos, sentirnos a nosotros mismos en distintas situaciones, especialmente frente a distintas personas. Tenía una amiga que mantenía una relación extraña con su madre, como muchas mujeres decía que su madre era la persona más importante en su vida, que la amaba con todo su ser, etc. Pero lo curioso era que cada vez que expresaba el amor y admiración por su madre, apretaba los dientes con mucha fuerza. Claramente se percibía el gesto, como de autocontrol, de refrenamiento, como si se mordiera a sí misma para no expresar algo que no quería. No dudo que amara a su madre con todas sus fuerzas, pero también se expresaban sentimientos de otra índole que ella no era capaz de captar. A través de hacerle tomar conciencia de ese gesto con su boca podría hacerle entrar en contacto con sus verdaderos sentimientos.

Lo psíquico es el ámbito del sentido, de la expresión. Los conductistas pasan por alto la dimensión de lo psíquico, se quedan con el comportamiento visible, sin darse cuenta que el mismo comportamiento expresa cosas muy distintas frente a personas distintas y momentos distintos. Un psicólogo de verdad no se preocupa sólo por el comportamiento X que expresa una persona por más sintomático que sea, se pregunta qué le está expresando a él, qué le dice a él y sólo a él. Porque, de una cosa debe estar seguro: ese comportamiento está expresándole algo a él y sólo a él. Por lo que ante un síntoma lo primero que debe tratar de saber es a quién está dirigido, a quién le habla y qué le está diciendo.

Hoy la psicología se va psiquiatrizando y medicalizando. Si antes el componente psíquico se obviaba completamente con el conductismo, hoy con la medicalización se da un paso más, ya no se obvia lo psíquico como componente expresivo, se duerme, se anestesia. Simplemente se lo acalla para siempre. Lo peor de todo es que muchas personas sufrientes quieren esto, creen que así debe ser, tal vez por lo doloroso que pueda resultarles acceder a la verdad que están evitando, especialmente acerca de ellos mismos.

Hay que recordar que el síntoma que obliga a la persona a buscar algún tipo de ayuda, no expresa cualquier cosa, expresa lo más importante para ella, pero aquello de lo que no quiere saber nada. De ahí que el “inconsciente” -por darle algún nombre-, debe recurrir a un artificio como el de paralizar la vida de esa persona con un doloroso síntoma para obligarla a darse cuenta de aquello que necesita saber, a escucharse a sí misma.

El conductista enfrenta un comportamiento como respuesta a un estímulo, no como comportamiento expresivo. No le interesa saber qué dice la persona con su comportamiento. Es más, parece que ni sabe que está diciendo algo, y que eso que dice es de lo más importante para quien lo dice.

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