jueves, julio 11, 2013



Es de todos conocidos que personas que mantienen un vínculo por mucho tiempo difícilmente puedan mentirse, en buena medida porque alguien puede mentir una vez pero no siempre, mantener mentiras a lo largo del tiempo resulta muy difícil. La historia de alguien conocido nos permite predecir su comportamiento en situaciones similares a las vividas, especialmente porque la gente tiende a repetir sus comportamientos.

Quienes poseemos un buen ojo clínico a los micromovimientos involuntarios que delatan las verdaderas emociones que movilizan a las personas, sabemos cuando nos mienten. Nadie puede mentir sin revelarlo de alguna manera. Áreas específicas del cerebro se activan en la mentira.

Pero hay más cosas. Supongan que están ante una persona de distinto color o inclinación sexual, posiblemente al conversar con ellas midan sus palabras de manera de no permitir que accidentalmente se escape algo relacionado con estas características para evitar incomodarlos. No porque tengan prejuicios, que es el error más común que se comete al considerar estos casos, sino porque sencillamente saben que estas características han vuelto a esas personas susceptibles y que por accidente pueden herirlos. Bueno, en estas circunstancias cuando tratan de evitar mencionar o aludir a algo, es cuando mayores probabilidades que se les escape una alusión. Tratar de mantener algo escondido hace que se genere una presión interior que se ejerce contra la represión del contenido. Ese conflicto que se genera es el que ante cualquier descuido se escape el contenido que trata de esconderse.

Claro, es cierto, que algunas personas son tan mentirosas que muchas veces no nos damos cuenta de cuando nos mienten, pero sí nos damos cuenta de que cuando nos dicen la verdad no notamos diferencias con respecto a cuando nos mienten. Siempre están mintiendo de alguna manera, hasta cuando dicen la verdad, posiblemente porque se relacionan en la modalidad de manipulación. Manipulan para obtener algo y jamás se relacionan verdaderamente con alguien, tal vez ni puedan concebir que esto ocurra o, simplemente que no les interesa. Se relacionan para obtener algo y nada más.

Dejando de lado a estos charlatanes, que reconocemos al instante y en quienes no confiamos para nada, el tema de la mentira cobra sentido con aquellas personas que nos interesan como personas. Éstas no viven mintiendo, mienten sólo en algunas cosas muy particulares y puntuales, aquellas que revelan sus verdaderas intenciones y sentimientos. No me refiero a esas mentiritas consentidas que todos por tacto ejercitamos a veces. Si me corto el pelo y me asesinan y mi novia para hacerme sentir bien me dice que me queda bien, la entiendo y no me molesto porque me está cuidando y no quiere que me sienta mal. Esto lo hacemos todos, es más, posiblemente hasta esperamos que lo hagan quienes nos conocen. Lo que no toleramos es que nos mientan cuando exigimos las verdad.

Una verdad de estas, cuando se lucha para mantenerla oculta, tiende a expresarse cuando se baja la guardia, cuando se produce un descuido. Se manifiesta porque existe un conflicto muy intenso por tratar de ocultarla. Mientras más intenso el conflicto, mayores posibilidades que se exprese en un descuido o que el cuerpo revele la tensión, el conflicto. Tal vez, también ocurra que se exprese para liberarse de ella. Luchar por mantener un secreto durante mucho tiempo desgasta, tener que estar siempre alerta de que el otro no perciba ninguna señal que pudiera dar pistas del secreto fuerza a que en algún momento se permita un exabrupto que permita escaparse al secreto. Esto puede durar unos segundos, lo suficiente para que no haya marcha atrás. Porque una vez que se expresa este secreto, que deja de ser secreto, ya nada puede volver a ser como antes. Conozco personas que luego de estos percances tratan por todos los medios imaginables dar cuenta de esas palabras llenas de emoción que se les escaparon de sus bocas, pero sólo alguien que quiera mentirse a sí mismo acepta las justificaciones. Llegados a este punto hay que reconocer que algo se rompió, que no hay vuelta a un estado anterior. Estos momentos donde la verdad rompe la continuidad del discurso de forma violenta para instaurar uno nuevo, son fácilmente reconocibles y difícilmente aceptados, porque no se desea hacerlo.

Pero también tenemos el tiempo y la coherencia lógica, para reconocer la verdad. Las personas que no mienten, no son las que se esfuerzan por decir la verdad, son aquellas que no necesitan esforzarse, que se expresan sin necesidad de justificar nada porque toda su vida mantiene coherencia, coherencia espontánea, no rígida. Resulta muy difícil mantener la coherencia a lo largo del tiempo cuando se miente, especialmente cuando se miente en varias cosas, porque resulta difícil recordar todas las mentiras que se dicen. Posiblemente los grandes secretos se mantengan por ser pocos, pero su potencial destructivo radica en que revelan las grandes intenciones y directrices en la vida de las personas. Tratar de ocultar una gran mentira es más fácil que ocultar muchas, de ahí a que sólo podamos acceder a ellas en ciertos momentos de equívoco. Cuando esto ocurre la persona que comete el lapsus siente como si algo hubiera ocurrido a través suyo, no se reconoce a sí misma en el acto de revelar lo que reveló. Se queda sorprendida, no sabe qué ocurrió, no entiende cómo pudo decir lo que dijo. Pero lo dijo, y nada puede cambiarlo, porque el secreto de estas grandes verdades es el de contener lo que las personas verdaderamente son. Es lo que son lo que tratan de ocultar, no tanto lo que han hecho. Cuando estas verdades se escapan descubren que la persona que ahora está frente a ustedes no es la misma que antes estaba. Sienten que ahora están ante un desconocido.

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