domingo, mayo 05, 2013



El tema de la identidad es complejo y muy importante por dos motivos, el primero debido a que la forma en que nos vemos precipita comportamientos acordes en nosotros mismos. Segundo, porque la imagen que se hayan formado de nosotros los demás determinará sus reacciones. Las personas no se vinculan con nosotros, se vinculan con la imagen que se hayan formado de nosotros y responden a ella. Nosotros también lo hacemos, esa imagen es el medio que empleamos para relacionarnos y para actuar en el mundo. Si me ven como una persona confiable y responsable, puedo andar confiado sabiendo que si debo solicitar alguna ayuda a un colaborador o a un amigo, me la darán. Un médico sabe que la imagen que tiene frente a sus pacientes es responsable de un 60 % de los éxitos curativos. Una vez que tenemos plenamente formada esa imagen o autoconcepto, espontáneamente tendemos a comportarnos como ella. Así como nos sentimos así actuamos.

Quienes sean muy sensibles a lo que les pasa recordarán situaciones donde un estímulo afecta su estado emocional de fondo perturbando su desempeño. Un cirujano sabe que para alcanzar el máximo de eficiencia en su trabajo debe confiar completamente en su inconsciente. Cuando opera se concentra en lo que hace, por supuesto, pero lo hace particularmente sobre ciertos puntos sabiendo que su destreza se encargará del resto. Toda persona que realice tareas de enorme complejidad que demanden mucha concentración, saben que dependen de la experiencia y de su inconsciente. Cualquier elemento que perturbe la concentración y altere el clima emocional tiene el efecto de alterar las respuestas inconscientes. Nada sale bien cuando se rompe la concentración. El cuerpo parece no responder, se cometen errores, etc.

La confianza en uno mismo depende de nuestro autoconcepto. Si nuestro autoconcepto no es bueno no podemos aprovechar todos nuestros recursos, porque inconscientemente tendemos a comportarnos según éste. Si entras en una habitación donde se encuentran personas que sabes que no tienen un buen concepto acerca de ti, existen grandes probabilidades de que te comportes según la imagen que tengan de ti. Puedes luchar para tratar de no dejarte arrastrar a confirmar ese autoconcepto, sin embargo, tus reacciones inconscientes te traicionarán y te dejarán en evidencia. La mayoría verá confirmada tu imagen a partir de tus intentos de disimularla y, para peor, tu mismo terminarás sospechando que puede que tengan razón en lo que de ti piensan.

¿Quién soy yo? Para responder a esta pregunta consulto a mi mismidad, al sentido de mi mismo. La mismidad es un sentimiento de fondo sostenido por un conjunto de imágenes-recuerdo que la cristalizan. Parece que en el núcleo de eso que llamamos mismidad se encuentran un conjunto de recuerdos extremos. Con extremos me refiero a que se encuentran los más relevantes, los que han contribuido a conformar mi autoconcepto y al que se han formado de mí. En una persona que sufre esos recuerdos son traumáticos, en una persona que se siente autorrealizada esos recuerdos corresponden a los momentos de máximo logro.

Muchas veces se combinan recuerdos traumáticos con recuerdos positivos y la mismidad surge como resultante de la comparación. Pero lo importante en este desarrollo pasa porque la mismidad como fuente de nuestra identidad, es variable. Cuando la consultamos para formarnos una idea de quién somos lo que hacemos es consultar el recuerdo de toda nuestra vida, como resulta prácticamente imposible presentar toda nuestra vida en la conciencia, nuestro cerebro realiza una síntesis exponiendo lo más relevante. La cuestión es que para determinar lo más relevante nuestro cerebro parte de cómo nos sentimos en este momento. La memoria actúa en función de nuestras necesidades, nuestro presente determina el contenido de nuestros recuerdos. Una experiencia dolorosa reciente puede que provoque el recuerdo de momentos similares. Personas con gran energía mental pueden realizar actos psíquicos más poderosos, mejores síntesis. Personas menos inteligentes no podrán alcanzar la tensión psíquica suficiente para formarse ideas que incluyan un número alto de recuerdos. El mundo de las personas menos inteligentes apenas incluyen las cosas que le han ocurrido en los últimos días.

Entonces, ¿cómo saber quién soy yo cuando para saberlo dependo de eso que se llama mismidad y ésta está fuertemente influenciada por las cosas que me han ocurrido en los últimos tiempos? Se agrega a este problema el hecho de que mi desempeño está fuertemente influenciado por el autoconcepto que me formo a partir de esta mismidad.

¿Qué puede influir más sobre la mismidad que el rol social que se desempeña? Muchas personas terminan asumiendo este rol como su identidad.

En este punto ya se habrán dado cuenta de a dónde quiero llegar, casi todo el mundo cree ser un YO permanente en el tiempo, un YO único que depende sólo de ustedes mismos, pero no es así, su sentido de ser depende de una imagen que se va formando entre ustedes y los demás. Muchas cosas fortuitas pueden influir sobre esa imagen y alterarlos completamente. Supongan que una sospecha de ilícito cae sobre ustedes, su imagen sufrirá y deberán lidiar con ello en todo lo que hagan, sentirán la sospecha en la mirada de quienes los rodean. Su vida depende de la salud de la imagen que se formen los demás de ustedes.

Muchas veces escuchamos decir “no me importa lo que los demás piensen de mí” pero la verdad es que no hay manera de escapar de ello, debido a que influye sobre nuestras respuestas inconscientes. Salvo que se hayan ejercitado muchos roles. Hace unos días conversaba con un psicólogo que me contaba que se sentía mal cuando estaba frente a terapeutas especializados en psicodrama o terapia gestalt. Sentía como que eran lábiles, no poseían un núcleo firme en su personalidad, que podían desempeñar cualquier papel de forma creíble. Es cierto, yo también siento lo mismo con ellos.

Ese YO que invocamos cada vez que decimos YO, es el papel que más tiempo hemos desempeñado, tal vez sea un error creer que en verdad somos ese YO.

Pienso que lo bueno de todo esto es que personas que no gustan de ser como son pueden cambiarlo. Nunca hice psicodrama, poseo algún recelo con el ejercicio de roles distintos al mío, anticipo un malestar asociado a la puesta en peligro de mi identidad. Me siento fuerte al decir YO, no me gustaría que esa sensación se debilitara. Pero, de cualquier manera, ya no puedo afirmar con convicción que soy quien soy. A estas alturas de mi vida sé que la imagen pública que he creado de mí tiene un propósito -como todas- y que yo podría cambiar, aunque no tengo ganas de hacerlo.

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