sábado, abril 06, 2013



¿Quién es la persona que tengo frente a mí?

Esta pregunta es muy importante porque es la que nos permite acercarnos a la respuesta de la pregunta por nosotros mismos: ¿quién soy yo?

Frente a nosotros tenemos un cuerpo, el cuerpo de otra persona. Un cuerpo animado con una intención, intención que adivinamos en los gestos y, por sobre todo: en la expresión del rostro. Este fenómeno es bien curioso, es frecuente oír decir que las personas están formadas por un cuerpo y un alma que las anima, tal vez esta creencia surja de este fenómeno donde captamos a alguien en el cuerpo del otro por su expresión, especialmente en el rostro.

 Algunas personas son muy hábiles para actuar y representar distintos papeles, al punto que podemos llegar a creernos algunos de ellos. Tal vez una persona emocionada al encarnar un papel actoral se convierta por unos momentos en quien representa. Si alguien puede asumir varios papeles a voluntad luego de cierto entrenamiento, cae por tierra la hipótesis del alma, parece más bien como que una emoción intensa es la que promueve la aparición de una personalidad. Cuando la emoción alcanza una cierta intensidad desborda a la persona y ésta siente como si fuera poseída por una personalidad extraña a sí misma. Sin esta intensidad, la actuación difícilmente llegue a ser convincente.

Tendemos a creer en alguien cuando nos habla desde una emoción que lo desborda, porque cuando esto ocurre puede resultar más difícil mentir. Sin embargo, se emplea esta técnica para manipular a las masas a través de la exageración y fingimiento de emociones patrióticas, etc. Algunas personas se vuelven muy hábiles en el empleo de esta técnica para manipular a las masas, especialmente las menos cultas. Las personas con mayor formación y experiencias de vida no caen en estas farsas colectivas.

Pero volvamos a la expresión, al rostro de quien se dirige a nosotros, de ese rostro que nos mira y puede que nos hable. Sabemos que tiene una intención y que ésta puede que no coincida con la que trata de expresarnos. Si está con nosotros algo buscará, puede que hasta pretenda engañarnos, difícilmente desee prestarnos alguna ayuda que nos beneficie sin obtener nada a cambio, etc. El rostro del otro se convierte en un campo de pistas a descifrar, pero ¿quién es el que está tras los hilos que mueven esos músculos? Porque muchas veces ese Otro no se conoce a sí mismo, no conoce completamente sus intenciones. Él estará haciendo lo mismo conmigo, tratando de entenderme, de leerme en mi rostro y en mis gestos más que en lo que diga. Estará atento a cualquier pista que no coincida con lo que pretendo expresar. Personalmente evito mirar directamente al rostro de las personas para no estimular sus mecanismos de defensa, no fijo la mirada en ningún sitio en particular, pero claro, estoy siempre muy atento a todo, mi sensibilidad a ese Otro escondido es muy fina.

Ese “Otro escondido”. Me gusta esta frase, porque parece que así es, no sólo el Otro está escondido para los demás sino para él mismo. Todos debemos descubrirnos y lo hacemos a través de nuestro reflejo en los demás. ¿Por qué el otro está escondido? La respuesta debe ser sencilla: porque debemos protegernos, por esto debemos esconder nuestras intenciones. Si nos leyéramos la mente no podríamos tolerarnos, no podríamos vivir si el Otro supiera en todo momento lo que pienso de él y yo supiera lo que el Otro piensa de mí. Este es el motivo -la defensa de nuestra interioridad- el responsable de que no coincidamos al 100 % con nosotros mismos, que no actuemos sin pensar en forma espontánea. Cada uno de nuestros actos requiere ser pensando antes de ejecutarlo como en un juego de ajedrez. La lucha siempre es la misma: tratar de descubrir qué pasa por la mente del Otro y tratar de que el otro no sepa qué pasa por la nuestra. Esto es siempre así por más que se construyan máscaras o personalidades públicas cuyo eslogan sea la sinceridad. Toda personalidad pública es un constructo que tiene el propósito de servir para desempeñar algún rol en la trama social.

Entonces, el Otro está escondido por necesidad debido a que en toda relación humana existe un conflicto de intereses. Siempre que exista conflicto de intereses -y siempre existe- hay que mantener oculta la intencionalidad y las estrategias. Los chicos cuando se enamoran por primera vez aspiran a ese ideal romántico de la fusión de dos seres y alguno de los miembros comete la terrible indiscreción de revelar toda su interioridad para mostrar que nada teme y que se entrega completamente. Claro, quien realiza este acto de entrega total es el más débil de la relación y que por ello se somete. Con la maduración y el crecimiento esto va cambiando y se reconocen espacios personales que no deben ser violados. Se confía desconfiando. Frase que me ha vuelto a la memoria luego de muchos años. Frase que pertenece a un chico que cuando la dijo debía tener 19 años. Pero es así, se confía desconfiando y, de esta manera todo va bien.

Sabemos que dentro de cierta coyuntura podemos confiar en el otro, pero si la coyuntura cambia, habrá que reexaminar el contrato de la confianza.

Ese Otro escondido que habita en el cuerpo de quien está frente a mí constituye sólo una porción de lo que el Otro ES. Es un Yo histórico. Originalmente en nuestros primeros años de vida éramos todo SER, nos expresábamos completamente en cada acto, pero nos sancionaban por algunos de nuestros actos y nos premiaban por otros. De esa manera cuando queríamos hacer algo por lo que podríamos recibir un castigo, lo hacíamos a escondidas, así comenzó a crearse el Otro escondido. Pero también buscábamos ser premiados por los actos que gustaban, por lo que a propósito hacíamos lo que querían que hiciéramos. De esta manera también se reforzaba el Yo escondido. Ya no podíamos ser ingenuos y SER LO QUE SOMOS, nuestros actos tenían consecuencias, por lo que debíamos pensar antes de actuar tratando de obtener lo que buscábamos y protegernos de lo que pudiera hacernos daño. Con el paso del tiempo hasta debíamos convencernos de que aquellas cosas que esperaban de nosotros fueran queridas por nosotros mismos. Debíamos fingir al punto de convencernos a nosotros mismos, porque si no estábamos convencidos podían captar en nuestra expresión la falta de sinceridad. Así es como vemos a las personas expresar valores sociales que hasta creen representar, pero que sabemos son falsos. Ese Otro escondido se perdió, de tanto representar distintos papeles para sobrevivir perdió contacto con su verdadero SER, su esencia. Aquí haré una aclaración debido a que cuando se habla de la esencia de un hombre se piensa que una esencia es inmutable, por lo que el hombre no puede tener una esencia ya que puede cambiar. No, una esencia puede ser cambiante, y el hombre a partir de las experiencias vividas puede sufrir cambios.

Hace algún tiempo le mencioné a un amigo una de las ideas de Nietzsche que decía algo así como “llegar a ser quien en verdad somos”. Frase que no entendió y que siempre sentí completamente clara en su sentido pero que no supe aclarar en ese momento. Si el Otro está escondido y la forma que tenemos para descubrirlo es a través de la expresión de un rostro que no coincide con la totalidad de la expresión del cuerpo, quiere decir que se encuentra muy disminuido. Especialmente cuando es sólo un Otro escondido siempre, en todos los espacios. Muchas veces se debe proceder así, pero cuando no existen espacios donde se pueda olvidar el personaje, se puede terminar en el extravío de sí mismo y la enfermedad.

Lo patológico de esta condición se da cuando no podemos OLVIDARNOS DE NOSOTROS MISMOS jamás. Cuando aún en soledad no es posible soltar al personaje. Cuando siempre se está alerta, en guardia. En estos casos es cuando muchas veces se recurre a las drogas que relajan al Yo social y que permite algo de libertad de su tiranía. Si alguien representa por mucho tiempo un personaje puede que se olvide de quien ES verdaderamente. Porque para saber quienes somos debemos cultivar las sensaciones de nuestro ser.

Algunas personas se han alejado tanto de su propio SER que no se encuentran. No encontrarse quiere decir no poder experimentarse. El famoso viaje del héroe tiene el propósito de que quien lo realiza pueda encontrarse, esto quiere decir que pueda experimentarse como quien realmente es.

En esencia somos y estamos en nuestro cuerpo, si reprimimos algún rasgo de nuestra personalidad quiere decir que estamos bloqueando algún impulso. Al bloquear un impulso lo notamos al comienzo, luego de un tiempo ya no. El bloqueo se vuelve inconsciente y ya no nos percatamos del mismo. Para llegar a ser quien en verdad somos debemos recuperar el contacto con nuestro cuerpo, con las sensaciones que nos informan acerca de las cosas, el mundo y nosotros mismos.

También existe otro camino y es el de los vínculos, porque aquello de nosotros mismos que se nos escapa, puede que no se le escape al Otro y pueda informarnos.

En síntesis: el camino es el del YO al SER. Ambos pueden ser captados como aquello que anima la expresión del Otro y, claro, la nuestra.

Cuando somos quien en verdad somos nos preocupamos menos de las consecuencias de nuestros actos, nos olvidamos de nosotros mismos, se relajan los mecanismos de defensa, nos preocupa menos lo que los demás piensen de nosotros, no tratamos de acomodarnos a las expectativas que tienen de nosotros. Comenzamos a vivir para nosotros en lugar de hacerlo para los demás. El arquetipo clásico del artista es éste, sin embargo, en ellos hay mucha POSE y, más que ser ellos mismos tratan de ser raros y de llamar la atención con excentricidades finamente calculadas.

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