martes, marzo 13, 2012



Muchas son las interrogantes que surgen durante la vida: ¿qué hacer?, ¿a dónde voy o a dónde debo ir?, ¿qué es el amor?, ¿qué es el arte?, ¿qué es la verdad?, ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿cómo solucionar esos problemas que parece que no tienen solución por culpa del lado maléfico y ambicioso de los hombres?, ¿qué es el mal?, ¿existe el mal?, etc.

Se dice habitualmente que en todos nosotros existe un filósofo debido a que en algún momento de nuestras vidas una o varias de estas preguntas se instalan en nosotros. Es cierto, pero eso no implica que las personas las piensen, no digo que las piensen hasta proponer alguna respuesta -pues sólo podemos aspirar a proponer una respuesta-, sino que las piensen verdaderamente.

Realicen el siguiente ejercicio: formulen una de estas preguntas a alguien que conozcan prestando atención a cómo reacciona ante la misma, digo bien, para ver cómo reacciona pues no esperen ver algo más que una reacción. La persona identificará la pregunta, puede que la ubique como una pregunta filosófica y que responda con alguna de las frases hechas habituales ante la misma o, aproveche la oportunidad para lanzar alguna ocurrencia más o menos inteligente. Ahí se terminará la cosa, en un juego de palabras, una broma o alguna sentencia que suene como profunda aunque no contenga nada.

Este es el trato que la mayoría da a las preguntas que se instalan en sus vidas, no sólo a las preguntas de índole filosófica -pues no todo el mundo tiene interés en meterse en estas cuestiones-, sino que así tratan a los problemas que les conciernen directamente.

He escrito alguna vez que el ajedrez relámpago que tan popular se ha vuelto en estos últimos tiempos responde a un impulso antireflexivo que se ha instalado en nuestra cultura, la gente no quiere pensar, no sabe pensar, y el ajedrez relámpago cultiva el golpe de vista pero los protege de la ansiedad que el pensar prolongado provoca. Pensar es doloroso, demanda un gran esfuerzo de concentración sostenido, y hoy las personas no quieren pensar, saltan de un estimulo a otro bloqueando el pensar. Pensar está mal visto, se ha privilegiado el actuar guiado por la intuición prereflexiba sobre el pensar para entender qué ocurre y cómo desarrollar una estrategia eficaz para solucionar los problemas. (Es entendible, porque las personas inmaduras necesitan obtener algún resultado rápido a cualquier actividad que se entreguen, y pensar es una actividad que no siempre en el corto plazo proporcione alguna utilidad)

Las personas reaccionan a las preguntas que los problemas disparan. Por ejemplo, con los problemas relacionados con la ecología, toman algunos datos que les permiten adoptar alguna posición, es más, los datos llevan la posición incluida, adoptan la posición y no vuelven a pensar en el asunto porque ya tienen la respuesta que les evitará encontrar una propia, pues para hacerlo deberían enfrascarse en una investigación que no están dispuestos a realizar. Por este motivo se consume tanta información, porque contienen las respuestas en forma de recetas a la mayoría de los problemas y ya se evita pensar.

Las personas actúan hoy por golpe de vista como en el ajedrez relámpago, sin pensar. Luego defienden la posición porque la autoestima le va en ello, pero difícilmente cambien la posición adoptada, porque hasta el cambio de posición queda mal visto.

Si responden así ante cuestiones que los incumben directamente, qué podemos esperar ante cuestiones de mayor orden, que involucran a una cultura entera, a un proceso histórico extenso, etc.

Hoy, la gente no quiere pensar, se ve mal el pensar, los arquetipos cinematográficos enfatizan la acción nacida de una corazonada, no de una estrategia meditada.

Lo que confunde a veces, es que podemos encontrarnos con alguien que tiene un problema concreto metido en su cabeza, problema que nos expone cada vez que se nos aproxima. Podemos creer que lleva ese problema consigo todo el tiempo porque está pensando en éste para resolverlo, pero no, cavila todo el tiempo sobre éste, pero no lo piensa, le da vueltas y vueltas evitando pensar en él. Las terapias dialógicas tienen el propósito de sacar a estas personas de esa cavilación permanente para forzarlos a pensar el problema, por más doloroso que les resulte. Y el motivo de la cavilación en lugar del pensar, radica en el dolor que implica pensar en cuestiones dolorosas, valga la redundancia.

Ante las preguntas que surgen de los grandes problemas las estrategias preferidas enfatizan el no pensar en ellas: cavilación permanente, ignorarlas, apelar a frases hechas, adoptar posturas colectivas fruto de la imitación, actuar a golpe de vista, o la ocurrencia fácil para mostrarse inteligentes. Una vez que se adopta una postura colectiva difícilmente se reflexione sobre el asunto, pues los grupos tienden a crear listas de respuestas, argumentos aceptados colectivamente, etc. Si hablan con un miembro de un partido político sobre temas que el partido ha tomado posición, podrán notar como el rasgo que caracteriza a ese sujeto es su incapacidad para pensar por sí mismo y a exponer los argumentos del partido como suyos.

El filósofo, por algún rasgo de su personalidad desarrolla la vocación de pensar. No acepta nada de lo que le digan sin antes tratar de entenderlo para adoptar una postura propia, un pensamiento propio. Investiga, profundiza, medita y, termina por crear un pensamiento propio. Estos pensamientos serán los que nutrirán, luego, el bagaje cultural en torno al tema sobre el que este pensamiento se desarrolla. Posiblemente aparezcan luego adeptos a este pensamiento y lo adopten como una filosofía a seguir, sin embargo, el pensamiento siempre permanecerá externo a ellos, como un cuerpo extraño, casi como un dogma, porque no poseerán la capacidad para pensar e incorporar un pensamiento ajeno.

El filósofo entonces será esa persona que no se conforma con lo que le digan o le quieran imponer, que necesita pensar y comprobar por sí mismo las cosas, que además es creativo, porque para desarrollar ideas es necesario serlo, y que es capaz de expresar con algo de coherencia este pensamiento de manera que pueda ser considerado por los demás.

Sintetizando, me atrevería a decir que el filósofo en primer lugar es quien se resiste a la tentación de no pensar; y en segundo lugar a convertir en obra su pensamiento.



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